COLUMNA

Ayotzinapa ayer y hoy


Apolinar Castrejón Marino


En la entrada de la carretera que conduce a la Escuela Normal de Ayotzinapa, se encuentra un arco de concreto, y a un costado se encuentra un pequeño muro de 1 metro cuadrado. En el arco está inscrito el nombre de la escuela y un letrero de bienvenida. El muro es para que ostente una imagen del fundador.
Sin embrago, el arco sirve más para colgar mantas con consignas contra el gobierno y frases de rechazo a las autoridades. El muro tiene un dibujo pésimo del Prof. Raúl Isidro Burgos», sin ninguna proporción, sin fondo y sin dimensiones. Más bien Parece una caricatura hecha por un chiquillo grafittero.
Muy lejos han quedado los días en que los estudiantes se dedicaban en los ratos de ocio a practicar algún deporte, a aprender a tocar la guitarra o a dominar las técnicas del dibujo.
Sucede que en la escuela siempre han tenido una alberca de dimensiones olímpicas, una cancha de futbol rodeada de una pista de carreras, y un gimnasio bien equipado. Además cuenta con talleres de carpintería, herrería y talabartería. Establo, aviario y parcela forman el patrimonio de la escuela, lo mismo que zahúrdas estanques para piscicultura y viveros.
Así, los jóvenes estudiantes y profesores en formación tenían oportunidad de aprender la crianza de pollo, conejos y cerdos. También podían aprender a hacer trabajos en cuero, madera y barro, para que al llegar a alguna comunidad, además de impartir educación, podrían enseñar a los lugareños algún arte u oficio que les ayudara en la economía familiar.
Muy famosa era la estudiantina de los normalistas, que amenizaba las festividades cívicas y culturales que se organizaban en la Ciudad de Tixtla, eran admirables las pinturas al óleo, al carbón o «a la sanguínea» realizadas en la Escuela Normal, y los dibujos a lápiz de paisajes, retratos y bodegones.
La escuela Raúl Isidro Burgos era modelo de centro educativo y cultural de donde surgían declamadores, oradores y escritores. La banda de guerra era un ejemplo de disciplina con sus tambores muy limpios y bien templados y sus cornetas muy afinadas. Daban el toque perfecto de patriotismo y marcialidad en los desfiles y concentraciones escolares.
Cinco días a la semana, los jóvenes tomaban clases por las mañanas, y por las tardes podían descansar, o aprovechar el tiempo libre en algo constructivo, pero las tardes de los viernes gustaban de ir a la Ciudad de Tixtla, distante solo un kilómetro, para compensar la rutina de estar internados.
Muchas obras de las realizadas por los normalistas, terminaron siendo regalo entregado a un amigo o una damita de Tixtla: Dibujos y pinturas, poemas y melodías o artesanías de cuero. Los normalistas eran completamente desinteresados y generosos.
Quien sabe cuando a los jóvenes internos de Ayotzinapa les penetró el demonio de la codicia, de la abulia y de la soberbia. Ya no se conformaban con el beneficio mayúsculo recibir todo para que se formaran como profesores, disfrutar casa vestido y sustento del gobierno.
El gobierno tampoco pudo detectar a tiempo las inconformidades de los estudiantes, ni supo actualizar sus condiciones de formación. De la autonomía concedida por las leyes, el estudiantado pasó a la libertad tolerada por el gobierno y de ahí pasaron a la Anarquía y la conspiración.
La violencia, los insultos, y la sangre, son ahora cosas de todos los días. Un centro educativo de mucha tradición e historia, es ahora un cuartel de fanáticos. Por las noches se ven fogatas de ramas y botes encendidos con chapopote, presuntamente para advertir alguna incursión nocturna del ejército y de cualquier policía.
Esas fogatas y lumbradas han dejado ahumadas y ennegrecidas, las columnas del arco de bienvenida, los arbustos a orillas de la carretera y la misma tierra manchada con la gasolina y el petróleo que usan de combustible.

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