COLUMNA
Posdata
Sara Lovera
MONY: UNA MUJER
La inmensa colectividad en que vivimos en todo el mundo, suele ocultar personas, personalidades y extraordinarias humanas. Suele desautorizar a quienes sin recibir reconocimientos en vida, son aquellas constructoras de grandes cruzadas por la reivindicación de alguna cosa.
Muchas mujeres y muchos hombres, hoy en rincones inesperados, ignotos, pero muy importantes, han construido una comunidad que trata de realizar para la opinión pública un periodismo de otra mirada. De la mujer que quiero hablar formó parte de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género: Mony Monell, su nombre completo Montserrat Monell i Riba.
Son los acometimientos cotidianos que no alcanzan celebridad, esa del poder, pero sin las cuales nada podría festejarse. Es el caso de esta mujer, una pieza sustantiva en la espiral del cambio al que todas aspiramos.
Periodista y servidora social. Sin otro afán que vivir y vivir bien. Recibir el sol todas las mañanas y sorprenderse a diario con el amanecer y la noche, que siempre llegan.
Su voz era demasiado ronca para su cuerpo delgado y pequeño. Su mirada descomunal y abarcadora para concentrarse en sus faenas como trabajadora de los servicios de salud de Barcelona; su lucidez y su locura juvenil era, para ser exacta, una característica catalana lúdica y placentera, como la de Dalí.
Su generosidad podría describirse como una inmensa estela de estrellas, siempre refrescante y atinada, rompiendo solemnidades que estorban a la vida real, esa que hace del amor, las sutilezas y los pensamientos complejos, una corona de rosas y la sabia escurriendo por sus ramales.
Era una mujer de buen humor y sonrisa franca, sin recovecos, circundada por sus ojos brillantes y cabellera lisa, tenue y escasa, siempre rubia. Tenía bien claro que las mujeres somos tan diversas que debíamos aprender a escucharnos y su conversación era compleja, porque los pensamientos de Mony Monell siempre corrieron más allá de la realidad que podemos captar las comunes.
De ella sólo recibí afecto. Siempre dispuesta a conversar, a informar sobre el entorno social de su espacio, de su ciudad. Como toda comunicadora. Llegué a quererla de verdad. Me acuerdo de una tarde caminando por el Paseo de Gracia en Barcelona, me dijo cómo percibía ella la vida de las mujeres dedicadas a la prostitución.
En otra ocasión nos la pasamos en una taberna frente a la Catedral del Mar, de Santa María y su inmenso rosetal , charlamos hasta el atardecer sobre las mujeres de antaño, que disfrutaban de sus relaciones con marinos mercantes, hombres de la construcción y todo el imaginario de las antiguas callejuelas donde los pintores expresionistas acudían a los bares y a las bodegas del viejo puerto donde se tejió, alguna vez, ese deseo de cruzar el atlántico para llegar a América.
Mony Monell era generosa a rabiar. Desde la primera vez que fui a Barcelona en busca de un lazo que uniera a las periodistas de América con las del Estado Español, Alemania o Inglaterra. Ella con esa voz seca y profunda, me decía siempre mi nombre y mi apellido de corrido. Entonces me dijo con gran solemnidad que quería venir y conocer México. No pudo.
Me contó también en muchos de nuestros encuentros cómo pensaba que la salud de las mujeres es arrebatada por su maternidades multiplicadas, por los encuentros sexuales sin educación, por la manera de comer y beber, a veces excesivos o a veces mínimos, porque tenían que poner siempre en primer plano esa necesidad de vivir para las y los otros. Ese mandato invisible que les coarta su libertad. Y como de enfrentar el día a día se trata, muy pocas mujeres logran saberse a sí mismas.
Con ella conocí el centro de Barcelona; el mar, ese mar inmensamente azul del mediterráneo. La vi feliz pensando en la comunidad de periodistas que construíamos a fuerza de hablar, de intercambiar, de hacer posibles algunas estrategias, planes o programas. Era una entre muchas, pero no todas le conocieron su sonrisa y su disposición. Era como muchas una tenaz trabajadora para que hubiera justicia para las mujeres en los medios de comunicación.
Me acuerdo que otra vez, andando en las calles luego de un encuentro/taller sobre las migraciones, que me explicó cómo muchas enfermeras tendrían que conocer lo que nosotras discutíamos. Entonces me contó sobre su trabajo en el sistema sanitario y cómo fue que conoció a muchas mujeres que trabajaban en la prostitución, como se fue deshaciendo de sus prejuicios y fue comprendiendo que eran tan iguales como cualquiera de nosotras.
Su presencia me acompañó en unos cuantos encuentros en Cataluña; estuvimos juntas discutiendo la construcción de una agencia de noticias con visión de género, que hoy es una realidad -La Independent- y la vi trabajar en una presentación que resumía parte de los afanes por armar una comunidad mediterránea de periodistas.
A Mony y a mi nos gustaba el vino. Lo compartíamos felices, hasta en la más pequeña de las tabernas catalanas. Nos gustaba el paisaje y cuando se metía el sol atrás de las montañas. Nos gustaba la caminata que hicimos juntas por muchas veredas de los barrios barceloneses, hablaba sin tapujos, sin dobles lenguajes, sin cortinas de humo.
La verdad, me dijo un día, es que no hay humanidad capaz de entender a millones de mujeres que no tienen otra cosa que vender su cuerpo. Era su mayor preocupación. El tema la apasionaba, sabía que atrás de todas las máscaras lo que hay son mujeres, simplemente mujeres cuya vida trasciende el pequeño espacio que el patriarcado ha ofrecido.
Las mujeres son mucho más que sus maternidades y sus dependencias frente a parejas, como se dice, estables. Me decía muy seria: «mira Sara Lovera nadie las conoce, nadie quiere hablar con ellas», pero «yo sí», «yo sí sé por donde respiran». Me lo decía una tarde metidas en una embarcación pequeña estacionada en la Barceloneta.
Y luego, cuando cayó enferma, en 2010, la Mony, periodista, documentalista, afanada por contribuir a explicar la historia de una reunión, poniendo colores y fotografías en su informe, tomaba una fruta y una comida ligera en su cama del hospital de San Pablo, diciéndome, «no es nada», todo va a salir bien.
Estaba delgadísima, como aquél personaje de Goethe en su novela Fausto. Como aquella Margarita que jalaba aire de donde su cuerpo pudiera para llevarlo a sus desgastados pulmones. No tenía fuerza en sus piernas, pero se levantó y vivió más de un año entre nosotras, hasta la infausta madrugada del 9 de enero de 2012 en que se despidió para siempre.
Tengo fresca en la memoria su sonrisa lírica , su mano tendida, su paciencia para pasear a una adolescente desconocida de 16 años que miró por primera vez el mediterráneo en abril de 2010. Hablamos del pasado, presente y porvenir de las mujeres en un mundo diverso, desequilibrado e injusto, de nosotras mismas.
Mony Monell contribuyó a la formación de las redes de periodistas con visión de género; participó en las iniciativas de las mujeres periodistas de Cataluña; estuvo siempre dispuesta a dar la palabra, a reflexionar, a preguntar y poner juego sus deseos y afanes para que llegáramos a alguna parte, juntas, diciendo cosas en los medios para hacernos oír. Su nombre seguirá resonando en nuestros corazones colectivamente.
Quién puede decir que existe ya toda la ciencia y la metodología para hacer un periodismo incluyente. Necesitamos mucho más que nuestras propias creaciones. Necesitamos acercarnos de manera precisa a la realidad de un mundo trasquilado por un sistema económico que está tocando fondo. No basta imaginar que debemos descubrir y difundir los sufrimientos de las mujeres, necesitamos sentirlo.
saralovera@yahoo.com.mx
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