COLUMNA
De Regreso
Felipe Zurita
En la orilla Emilio, en sus manos un anzuelo con hilo plástico. Busca pescar.
No existe nada que ataje la corriente del río, solo se deslizan las piedras boludas de tanto rodar por estas aguas. No se escucha su chaschidos, como lo hace ahora el golpear del pez sobre el agua al resistirse ante el joven pescador.
DOMINGO, DIA DE ORACIÓN.
La fuerza del agua termina con la resistencia. Por fin ruedo como esas piedras que lo han hecho tiempo tras tiempo. Y ahora yo. No hay más solo dejarse llevar. El mangar es hermoso, suave pero peligroso.
Sobre el correr del agua pequeñas plantas que son alcanzadas por diminutos peces. Que las devoran como si fueran el único alimento que han tenido por días.
En la orilla Emilio. Cuenta su azaña. Ha conquistado el mundo. «Ya tenemos que comer…» cuando su pez es más pequeño que una sardina de mar. Sigue insistiendo «ahora voy a pescar el tuyo».
Mientras la fría agua del río de Marquelia, región de la Costa Chica del estado. Calma el calor. Sobre la playita de arena en agua dulce nos permite descansar y calentar el cuerpo con los rayos del sol.
Por fin fuera de la radio. Fuera de la computadora. Fuera de todo medio de comunicación. Solo nosotros en una isla descierta, en medio del río. En medio de la costa.
Aquí el tiempo no corre, es lento suave como el agua que acaricia las piedras y desnuda el alma. No hay tiempo de pensar. Solo de entender que la vida es lenta sin prisas sin esa cantidad de maldad que ejercen aquellos vampiros que oscurecen el alma.
Silencio, el sol se ha detenido. El agua es mas tibia y los peces más grandes. Es tiempo de ir a comer. De alimentar el alma. De entender que la felicidad es corta donde la risa es solo una forma de careta de engaños de maldades. Es tiempo de cerrar el alma y de iniciar la falsa realidad de una vida cretina.
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