Las palabras de aliento y los regocijos ante la pena ajena, en un ritmo incandescente, el desliz de Enrique Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro, celebrado en Guadalajara, sigue dando qué decir, por un lado los priistas que se dan ánimos al asentar y convencerse, que el craso error del presidenciable, incrementó su popularidad. Y por el otro, las contrapuntas perredistas o hasta panistas, que se dan revuelo ante el dolor ajeno, la leña del árbol caído se quema una y otra vez, y expresan que los bonos del ex gobernador del estado de México, se
han desplomado. Y con ello, además de la lluvia de los mensajes de tiwtter, los programas radiofónicos y televisivos en un acto por exprimir el tema, cada quien en la trinchera que más podría convencerles. Y en el aire han dejado sobre la importancia de ser culto si se es gobernante, como en asunto meramente interno. Los juegos son así: por un lado, ser intelectual en un político no sirve ni garantiza un buen gobierno, allí los ejemplos de los ex presidentes de la República, José López Portillo, o Miguel de la Madrid Hurtado, intelectuales que llevaron a un país no por los mejores caminos. Y en todo caso estos priistas, fueron la muestra más clara de cómo no gobernar a una nación carcomida por los sinvergüenzas, cargados de toda la fuerza de la corrupción, ataviados de felonías y rictus devoradores. Los perredistas por otro lado, empujan o tratan de empujar a su figura: Andrés Manuel López Obrador, investido de una mayor cultura que Peña Nieto, y sin embargo, hay un asunto en el que no se ha reparado. De entre las virtudes de un excelente político sería: que sea líder, culto, excelente administrador, pero sobre todo, honesto, o sea, casi nada, hablar de una figura con estas características, es hablar de un ente evanescente, utópico, habitante del Limbo, porque simplemente no existe, además de disparatado, sería tan endeble, que se desharía ante la primera prueba de veracidad. ¿Qué podría significar esto?, bueno, sencillamente que nos arroja que no hay fórmulas del buen político, de cómo construirlo, de cómo irlo formando, acostumbrados a las formas tradicionales para obtenerlos: que es mediante imposiciones, y con las formas maleables de moverlos cual títeres para cubrir espaldas. Antes de eso, ya ese mismo personaje ha demostrado su talento para la traición, la sumisión al poderoso, pero sobre todo, la experiencia indeleble en la deshonestidad, saber guiar los intereses primeros que no son los populares. Construido con ese molde, difícil o mejor, imposible, resulta creer que este país pueda tener un ser con ideas sociales. Hasta ahora, lo que se ha visto en un gobernante, es la capacidad para administrar la pobreza, es decir, se ha convertido a la pobreza en un verdadero y suculento negocio, con programas dadivosos y llenos de ese vacío que no ocasiona o no desemboca en desarrollo humano. El error de Enrique Peña Nieto y luego de sesudas mesas de diálogo, ha permitido despertar para preguntarnos qué políticos realmente necesitamos antes de los que merecemos, pues se ha visto que llegan no siempre los mejores, bajo el amparo de rodearse de asesores, que le ayuden a pensar, y a distinguir lo que ellos, los de lacabeza, no son capaces de hacer. En esa tesitura se ha vuelto a sustraer la idea de lograr políticos verdaderamente profesionales, egresados de escuelas formativas, regidores, alcaldes, gobernadores, secretarios de despacho, salientes de planteles que manejen el quehacer ejecutivo, o diputados o senadores, del parlamentarismo, o magistrados, del judicial. Pero es un disparate hoy en día y quizá lo siga siendo por mucho tiempo más, por aquello de que los líderes pueden ser incluso analfabetas no solo funcionales como Vicente Fox Quesada, o incluso Enrique Peña Nieto, como algunos lo empiezan a tachar, sino gente que no pueda siquiera descifrar el alfabeto. Sin importar que sean y sigan siendo, motivo de cruzadas de alfabetización de la simulación, como enmarcó el alcalde de Pungarabato, Gustavo Adolfo Juanchi Quiñones, por lo pronto vayámonos con las modas copetonas, telenoveleras, de sonrisas con blanca y bella dentadura, aunque con el cerebro hueco. Pero eso sí, con una sagacidad política que da miedo, astucia esquilmadora, que rebota las ansias por ser mejor, que en el juego del disparate y la confusión, incluso ya no se sabe qué exactamente significa eso.
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