COLABORACION

Jóvenes ayer y hoy


Apolinar Castrejón Marino


El poeta italiano radicado en la Argentina, Antonio Porchia escribió varios libros en los cuales gustaba de abarcar situaciones intensas con aforismos como el siguiente: «Creen que moverse es vivir. Se mueven no para vivir. Se mueven para creer que viven».
Y no es fácil entender su mensaje, aunque él no estaba equivocado. La verdad es que tampoco resulta fácil entender las acciones de las personas. En particular las de los jóvenes.
La juventud es una etapa muy intensa de la vida. Los que son jóvenes y los que lo fueron, no pueden negar el gran cúmulo de energías, la gran inquietud y la ansiedad por hacer algo. Algo indefinido, a veces intangible e irrefrenable.
No es necesario entender por qué algunos jóvenes de la Ciudad de Chilpancingo «se dieron vuelo» destruyendo, agrediendo e insultando a la sociedad con motivo de la matanza del 2 de octubre ocurrida hace 43 años. Lo que necesitan ellos es saber qué es la sociedad.
Estos jóvenes tienen edades de entre 16 a 24 años. Por razones naturales, los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 les son completamente desconocidos y ni siquiera tienen un referente de lo que es opresión y la cooptación.
En la actualidad, los jóvenes pueden decir cualquier cosa del gobierno, inclusive mentiras y embustes. Pueden trabajar si así conviene a sus intereses y condición, o pueden vivir tranquilamente a expensas de sus padres, como viles parásitos.
Los jóvenes de otra época siempre han sabido responder a las consecuencias de sus actos, los jóvenes de ahora pretenden que todos sus actos sean perdonados incondicionalmente, y hasta que sean celebrados como proezas.
La sociedad mexicana está en evolución y tenemos la esperanza de que transite de una etapa inferior a otra mejor. La sociedad del siglo pasado, tenía a los jóvenes en un nivel jerárquico inferior al de los adultos. Casi no les concedían derechos específicos y ejercían una férrea ley de sometimiento.
En primer lugar debían obediencia a sus padres, luego, en el hogar tenían deberes y obligaciones de acuerdo a su edad, empezando por los «quehaceres», es decir, debían ayudar en las tareas domésticas. Las mujercitas eran más apegadas a las madres en las tareas de aseo y cocinar.
Como en la sociedad mexicana abundaban los oficios más que las profesiones, debían aprender el oficio del padre: carpintero, albañil, plomero, carnicero, etc. Los hijos de agricultores debían aprender agricultura y los de ganaderos, debían aprender algo de ganadería. Si iban a ser profesionistas, no impedía que supieran algún oficio o trabajo manual.
Anteriormente, los jóvenes tenían que consultar las posibilidades económicas de sus padres para aspirar a una profesión. No cualquiera podía ser médico o ingeniero, por ejemplo. Los ricos y los pobres tenían diferentes alternativas para estudiar. Es más, si los padres eran definitivamente pobres, los hijos no tenían posibilidades de estudiar y formarse como profesionistas.
En la actualidad, los jóvenes están firmemente convencidos de que nadie puede oponerse a su futuro, y pretenden que «el gobierno» costee sus estudios y su formación en cualquier profesión que se les antoje. Sus ideas de democracia son sinónimo de becas, de programas sociales, de casa y comedores de estudiantes, de intercambio escolar, de préstamos a fondo perdido, de internados y etc.
Lo contrastante de tales ideas es que no saben ser responsables con niveles de aprovechamiento, planeación y programación de objetivos, ni cualquier mecanismo de valoración. Así las cosas, el choque entre la sociedad estructurada y las fuerzas activas de los jóvenes seguirán en conflicto constante.

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