COLABORACION

El «Che» Guevara

Apolinar Castrejón Marino

El rostro de «Che» Guevara con su boina ladeada y una estrella solitaria en el frente, con la melena al aire y la vista hacia el infinito, es infaltable en las manifestaciones y protestas de los trabajadores, estudiantes y profesionistas que no están de acuerdo con las acciones del gobierno. También está presente en las habitaciones y en las playeras de los jóvenes que sienten el impulso revolucionario y de oposición al régimen explotador.
Magnificado por unos y vilipendiado por otros, el «Che» Guevara es una figura pocas veces igualada por los «líderes» de la actualidad. Pero su grandeza no es gratuita, fue pagada con su sangre y su muerte aquel 8 de octubre de 1967 en que un soldado voliviano lo ametralló en su celda. Por eso, es conveniente saber algunos pormenores del sacrificio de este hombre excepcional.
«… Mandé a Terán que efectuara la orden. Le dije que debía dispararle bajo el cuello ya que así podríamos probar que había sido muerto en combate. Terán pidió un fusil y entró a la sala con dos soldados: Cuando escuché los disparos anoté en mi cuaderno 1:10 pm, 9 de octubre de 1967.
El coronel Joaquín Zenteno Anaya y el sargento Mario Terán eran militares bolivianos que el gobierno del Presidente Barrientos había puesto a las ordenes del agente Félix Rodríguez de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana para el caso específico de la persecución y muerte del guerrillero Ernesto «Che» Guevara.
3 días antes, el «Che» y una pequeña columna de guerrilleros muy disminuidos, cansados, mal comidos, y heridos, trataban de escapar del cerco que los «rangers» les habían tendido en la selva boliviana.
En el lugar llamado la Quebrada del Yuro fueron avistados por los soldados y de inmediato se inició la balacera durante la cual René Martínez Tamayo, Orlando Pantoja y Aniceto Reinaga se desplomaron muertos por las balas de los soldados. El «Che» fue herido en una pierna levemente, pero Alberto Fernández Montes de Oca recibió heridas graves (y murió al día siguiente).
Octavio de la Concepción de la Pedraja, Francisco Huanca, Lucio Garvan y Jaime Arana salieron huyendo por los montes y barrancas, pero fueron perseguidos encarnizadamente hasta que los alcanzaron y asesinaron.
Uno de los cinco sobrevivientes llamado Harry Villegas, al que apodaban Pombo, algún tiempo después, contaba esos momentos críticos con una ansiedad contagiosa. «Yo pienso que él pudo escapar. Pero traía un grupo de gente enferma y cuando el ejército dio con ellos, decidió pararse a enfrentarlos y permitir a que los enfermos salieran el cerco mortal».
El «Ché» fue capturado y trasladado a la pequeña población de La Higuera donde fue recluido en un pequeño anexo de la escuela rural. Mientras se confirmaban las ordenes de su fusilamiento Félix Rodríguez lo interrogó y lo sacó del aula para tomarle varias fotografías, las últimas en las que aparece con vida.
Años después el agente Rodríguez, concedió una entrevista al periodista Claudio Gatti, en la cual relató algunos detalles del asesinato: «Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que hubieran anulado la orden de matarlo. Pero el coronel se puso furioso y me ordenó ejecutarlo de inmediato».
«Ése fue el peor momento de mi vida. El Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: Usted ha venido a matarme. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder, porque en ese momento vi al Che grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se me echaría encima, y cuando me miró fijamente, sentí un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma».
¡Póngase sereno —me dijo— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre! Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, no pude levantar mucho el arma, pero cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo, con las piernas destrozadas, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y como el Che estaba tirado en el suelo, pude disparar la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Pero ya estaba muerto.

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