Almolonga
Edilberto Nava García
El jueves de la semana pasada, por acompañar a un niño integrante de la nueva escolta de una de las escuelas primarias de Apango, estuve en Almolonga, un bello poblado ubicado en un punto de verdad primoroso. Su clima es más bien fresco, tan apreciado ahora que con tanta deforestación que hemos cometido, el calor sofoca hasta en la misma sierra.
Aun con el riego de equivocarme, creo que Almolonga se integra con raíces nahuas, a saber: las dos primeras letras son especie de apócope de atl, agua; moloni, del verbo manar y ca, está. En otras palabras, «donde está el agua que mana». Almoloncan debiera ser el nombre más auténtico y se traduciría como, «lugar donde mana el agua», pues no es deformción de amulan, por más que en algunos casos a sus habitantes se les llame con el gentilicio de amultecos.
El vallecito de Almolonga, a simple vista, da la impresión de ser productivo, de proveer de buenas cosechas a sus habitantes y de mejor pastura para su ganado, sobre todo, vacuno, a menos que los labradores del campo abonen sus tierras con fertilizantes químicos, porque entonces puedo estar terriblemente equivocado ya que he comprobado que las parcelas que antes fueron de alto rendimiento, pasaron a ser tan malas, que ahora dependen del abono que les suministren, pues si no las abonan, las cosechas son exiguas, raquítica que, al contemplarlas, dan lástima y provocan pobreza y una gran nostalgia.
Empero, en Almolonga parece que las sequías son desconocidas o no les afecta. Su altura favorece los cultivos y los daños son menores. Sus montes se notan arbolados, como si sus moradores cuidaran el campo, sin talarlo y tal vez evitando los incendios. Por otra parte, la población ha cambiado, comparado con el Almolonga que conocí hace ya treinta años. Casi todas sus calles están asfaltadas, aunque esto también eleva el calor al filo del mediodía, pero suave, no candente También el número de habitantes se ha duplicado y no lo digo por las estadísticas del INEGI –que en materia de población habrá que creerle menos del cincuenta por ciento-si al fin rural, Almolonga lo es pero modernizado, con luz eléctrica desde la década de los sesentas, ágil servicio de transporte, centros educativos, con línea telefónica y supongo, ahora con señal de telefonía celular.
En Almolonga se degusta ampliamente el pozole. Su panorama es de apreciarse y sus pobladores son gente amigable, sincera. El mezcal que ahí se ofrece a los visitantes debe ser auténtico, no químico ni rebajado como el que ahora se expende envasado, tan rebajado, pues el auténtico mezcal es y debe ser de 52 grados o más y no admite mezclas. El de 50 grados no hace concha, se corta, como dicen los mezcaleros que sí saben de mezcal y son los mejores catadores.
Luego de la demostración de las escoltas escolares en la cancha techada, nos invitaron a degustar un sabroso pozole, allá, a la salida hacia Hueyitlalpan, del municipio Mártir de Cuilapan. Ahí se nos ofreció mezcal del bueno, porque aunque yo no tomo, al servirse dicho aperitivo uno sabe si es bueno o no; otra opción fue aceptar una cerveza, que también se ofreció, sólo que los profesores omitieron que ahí había niños y, se supone que los mejores en calificaciones. No era misión mía inquirir acerca de los responsables del evento, pero supuse que debía estar presente el presidente municipal o al menos el regidor de educación del ayuntamiento de Tixtla; lamentablemente la ausencia fue notoria.
El caso es que ahí coincidí con un campesino que hace un mes habían encarcelado en Apango. Intervine en su liberación, así que ese día, el hombre, muy agradecido, me invitó a almorzar. Pero retomando añoranzas, recordé que por los años sesentas, los basquetbolistas de Almolonga y Apango mantenían muy estrechas relaciones. Eran muy buenos jugadores, limpios, decentes en el juego, aunque se careciera de técnicas. Ya desde ese entonces un cura de Almolonga tenía alberca en su domicilio. Tixtla llegó a tener sus albercas quince o veinte años más tarde. Me refiero al cura Justino Salmerón Alcocer. De este cura, para perdurar su nombre, lo lleva una de las calles de Almolonga, es la lateral sur del templo principal. Precisamente al referido sacerdote se debe que los jugadores de básquet acudieran a jugar con sus homólogos de Apango, donde los recibía otro cura: Rodrigo Orozco Castro. Eran otros tiempos; ahora las vías y medios de comunicación parecen provocar un efecto contrario porque nos relacionamos menos. Eso sucede entre Almolonga y Apango.
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