Opinión

De la revolufia y cosa peores
a la revoilusión castrada aquí

Isaías Alanís

A un día de la celebración fatua del bicentenario de la revolución mexicana -mientras Tamaulipas está copada por la guerra entre narcos y seguramente se suspendan los festejos en ciudades importantes del país- los resultados de su impacto económico, político, social, cultural, y el partido que institucionalizó al movimiento armado y que gobernó por décadas, se extingue, al igual que la utopía en la que ésta conflagración se fundara. Salvo excepciones importantes, la letra de la revolución ha pasado a mejor vida.
Pues el principal motor: la lucha agraria, con la desaparición del artículo 27 constitucional, dio un viraje inverso a los principios que movilizaron a millones de trabajadores explotados por el sistema porfirista, al privatizarse el ejido por Carlos Salinas.
El avance en materia de la economía, salud, desarrollo social, deporte, ciencia y tecnología, universidades y centros de alto rendimiento académico, calidad de vida y bienestar social, han regresado a cifras escalofriantes y denigrantes para una nación que cumple cien años de vida bajo un «nuevo régimen» sostenido por pandemias públicas instaladas en la política, sus actores de reparto, presidentes, senadores, diputados, empresarios, obispos, narcos y extras de partidos políticos cercanos y distantes. Con 5.9 millones de analfabetas, desempleo, migración, violencia extrema, territorios bajo el amago de la delincuencia.
En nada se asemeja a los aniversarios de otras naciones que han avanzado. México va en picada a marchas forzadas. El país da una vuelta hacia el pasado irremediablemente. Los logros más importantes hoy se tasan en el mercado cambiario internacional. Se entrega soberanía, los bancos hace años que dejaron de pertenecer a los mexicanos. Hidrocarburos e industrias estratégicas en manos de extranjeros.
El mismo territorio nacional ya le pertenece a compañías allende las fronteras. El proceso «modernizador» iniciado con Miguel de la Madrid, ya tocó fondo en las cañerías del neoliberalismo criminal. Para vivir en México, hoy, se requiere chaleco antibalas y camioneta blindada, cuenta en bancos extranjeros y ser dueños de la riqueza del país, hoy acumulada por tan sólo cien familias, a diferencia del porfiriato que se encontraba en mil únicamente. Y lo peor, la degradación de la vida republicana y la falta de liderazgo, en partidos políticos, instalados en la comodidad camaleónica de sus documentos básicos ofertados al mejor postor. Con una clase empresarial ávida y cínica. Con Políticos hechos al vapor, demagogos y sin trayectoria. Todo producto de la mercadotecnia y el márquetin personal con costo al erario público.
¿A cien años de revolución que destino le depara al país? Es una pregunta que deberíamos hacernos los mexicanos y luchar para cambiar el rumbo de una nación atascada en las veredas. No hay de otra. El gran peligro de México, son los encargados de involucionar e interrumpir un proceso emanado de la revolución, económico, político y social -de fondo- en la mancillada nación mexicana, que se acerca a pasos agigantados a una narco república.
No es dramático ni cachondo saber que la revolución está muerta, pese a que el PRI, trató de mantenerla viva durante setenta y cinco años. No fue un movimiento interrumpido como se ha creído y analizado, sino una llamarada que se apagó apenas se volvió institución de crédito monolítico al mejor postor, connacional y extranjero. La estructura de los «científicos» quedó viva y representada en los nuevos órganos emanados de la revolución traicionada. Hay analistas extranjeros y mexicanos que han visto, en los logros de la revolución, sólo un reflejo de lo que las cúpulas permitieron a un país que abandonaba el ruralismo agrario y entraba de lleno a la modernización planteada por Díaz. En cuyo encargo de treinta y cinco años, modernizó la agricultura, llegaron los ferrocarriles, la plataforma productiva se incrementó, Nació la UNAM. Todo bajo la tutela de los científicos y las clases dominantes.
Esos mismos apellidos, figuraron y figuran en los mandos post revolucionarios y actuales. O sea. Que la revolución ni fue como dicen que es, ni es como dicen que fue. El gran capo creador del tricolor, general y político Plutarco Elías Calles, fue el artífice y engendrador de un estado sustentado en el poder militar, y una vez cubiertos los tramites de la institucionalidad liberalizada, se le dio acceso a los civiles bajo las siglas de un partido, que hasta nuestros días sigue en pie, se desmorona y renace de sus cenizas, pese a la fallida alternancia, que sólo sirvió para agrandar sus vicios y con guiños de gesticulador, abonar sus males.
Y los retoños de la revolución, como el IMSS, Luz y Fuerza del Centro, ISSSTE, la Confederación Nacional Campesina, la universidad pública, el derecho a la salud, el derecho a la explotación de los hidrocarburos, nacionalizados por Lázaro Cárdenas del Río, hoy casi privatizados y que significan un lastre económico para los gobiernos civiles que se sucedieron hasta los manotazos privatizadores de Carlos Salinas de Gortari y su séquito de Chicago boys, descendientes de los famosos científicos porfiristas: Pedro Aspe Armella, Javier Serra Puche, Pesqueira Olea, entre otros.
Que sin titubeos le dieron un golpe de timón al partido en el poder y a la revolución hecha partido, con un viraje de ciento ochenta grados y un leñazo mortal al desarrollo social, al revertir la marcha del proceso hacia los mismos oligopolios en los que se fundamento Porfirio Díaz para erigir una nación desarrollada, sólo en segmentos y para unos cuantos, y en la pobreza y marginación extrema para los muchos. Se vendió el canal 13, los bancos, parieron el FOBAPROA, la industria estratégica se entregó a los oligopolios globales, porque los cachorros de la revolución, salvo los que estudiaron en el extranjero y sirven a esos mismos intereses, avizoraron el impacto de las nueva tecnologías y de la paridad de las monedas en el mundo y el circulo de influencia de las grandes potencias económicas, que siempre han visto a México, como una nación rica y pobre de la cual servirse con la cuchara grande, porque una casta de políticos vende patria, así lo mandan, y cuya tradición se remonta a Antonio López de Santa Ana y a todos los hijos regados a lo largo de cien años de fingir que la revolución mexicana, no sólo es un mural de Diego Rivera, Siqueiros y Orozco, sino un gran negocio para la clase política y empresarial del país y un largo corrido entonado por los procónsules del Tío Sam que coordinan y manejan el destino del país desde el bunker oscuro de su bien iluminada embajada, conectada con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y sus compinches como Ernesto Zedillo Ponce de León, Carlos Salinas, Vicente Fox, Felipe Calderón y toda la calaña de mexicanos sin nombre que le besan los pies al vecino del norte, del que por casualidad dependemos casi para todo. Entonces, ¿Cuál independencia, cuál revolución? Si en estos momentos aciagos, Tamaulipas, Guerrero, Michoacán, Chihuahua, Nuevo León, Tabasco, Quintana Roo, Oaxaca, entre otros, están sitiados y manejados desde las cloacas de la delincuencia organizada, pero bien organizada con los que están arriba de la pirámide sexenal y económica. La violencia ya tocó fondo y el actual ocupante de los Pinos, además de ser un presidente civil, se le «arrejunta» al poder militar, haiga sido como haiga sido, y le rompe la crisma, no sólo a una tradición mexicana en que el poder civil, siempre ha estado sobre el poder militar.
Y de paso convierte a la nación en un campo de batalla soterrada donde los poderes fácticos: empresarios, iglesia, políticos y militares, se van a pelear por el pastel y esa pendencia inútil le pude costar al país otro derramamiento de sangre. ¿Estamos ante el umbral de otra «rovoilusión» o sólo hay escaramuzas internas para ver quién se queda con el país?

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