Cultura/social

El Comanche Supremo

Apolinar Castrejón Marino
Aún en los momentos más difíciles de su gestión, cuando tiene que desdecirse de sus declaraciones hiperbólicas, Felipe Calderón muestra una cara sonriente, y habla con tal optimismo que nos induce a pensar que él sabe algo que nosotros ignoramos respecto a nuestro porvenir.
Muchos ingenuos «compatriotas» creen que es muy valiente para enfrentar el destino, y hasta le atribuyen «sangre de campeón» para crecerse ante los retos que se le presentan.
Nada de eso, lo que pasa es que estamos ante un redomado alcohólico. Usted debe saber lo que es eso de lidiar con un mentiroso, necio y cínico que vive en un mundo incontrolable y falso. El problema es que si ese mentecato tiene poder, se convierte en un tirano vil y cobarde que usa su fuerza para imponer su voluntad.
Y desde luego que cada quien puede hacer con su vida un papalote: Lo malo es que ese sinvergüenza asuma un puesto tan alto como la Presidencia de México, pues teniendo una situación social, económica y política tan compleja, no pueda garantizar un estado de sobriedad confiable y consistente.
Aparte de las anécdotas de que se durmió en la mesa de villar de Pancho Cachondo, y la guacareó; o de que ya bien briago, se ha caído y hasta se ha fracturado, y lo atribuye a «accidentes»; o que estuvo recluido en secreto en «oceánica» de Puerto Vallarta 5 meses, tenemos los testimonios documentales irrefutables de que al concluir el primer trienio del gobierno calderonista, en la Casa Presidencial de «Los Pinos» y otras 14 dependencias han gastado conjuntamente 3 millones 867 mil 81 pesos en bebidas alcohólicas.
El martes 24 de junio de 2008, mientras Calderón se andaba de gira por Campeche y Quintana Roo, solicitó la compra de 28 botellas de vino tinto, una docena de la marca Santo Tomás Único, con un precio de 510 pesos cada una. 16 botellas de Maestro Tequilero, en sus presentaciones blanco, añejo y reposado; cinco botellas de licor de café Baileys, y dos de whisky Johnnie Walker Etiqueta Azul.
El gasto fue de 170 mil 611 pesos, el mayor de los que ha realizado la Presidencia para adquirir alcohol en un solo día; cifra que rebasa por mucho el gasto realizado el día de la visita de Barack Obama a la residencia oficial de Los Pinos, cuando se destinaron 6 mil 880 pesos a la compra de nueve botellas de tequila Maestro Tequilero y dos de la marca 1800, seis botellas de whisky Buchanan’s 12 años y 2 Chivas Regal, dos de vodka Absolut Azul, una de ron Bacardi Blanco y una más de Licor 43.
En este año, la Secretaría de Gobernación (Segob), compró de una docena de botellas de vino tinto Casa Madero de cepa Cabernet Sauvignon según se advierte en la factura 60425. La Secretaría de la Función Pública (SFP) adquirió el 8 de agosto, docenas de botellas de vino tinto Casa Grande, Casa Madero, Chateau Domecq y Viña Pedrosa, según consta en el pedido de compra 212/2008.
La secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), Petróleos Mexicanos (Pemex), el Fondo de Cultura Económica (FCE) y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) figuran entre las entidades públicas que sufragan el consumo de vino, tequila, coñac, whisky, licores y cerveza con recursos del erario; mientras el gobierno federal apela con encendidos discursos a la austeridad en la administración pública.
Pero lo peor de este borracho empedernido es que cuando se acercan las 6 de la tarde ya no se concentra en nada, porque a esa hora empieza a «pistear», y se echa su primer coñac mezclado con coca-cola y que en la jerga de los que saben se le llama «París de noche». Lo mismo pasa cuando llega «crudo», y se molesta por cualquier cosa. No es cuento, el finado Carlos Castillo Peraza su maestro y tutor político se lo señala valientemente en una carta.
Individualmente o en grupos menores, campea un sentimiento de frustración, de hastío y de hartazgo en relación con tu modo de encabezarlos. Las quejas generalizadas son que al parecer, nadie puede darte gusto. Das órdenes y las cambias, pides trabajos intempestivamente, lo que frena las tareas en curso, invades las competencias de todos ellos, los maltratas verbalmente en público y cambias constantemente de opinión. Tardas en tomar decisiones, das marcha atrás, no escuchas puntos de vista de tus colaboradores y haces más caso a «asesores fuera» que a los miembros del equipo que quisiste fuera el tuyo.
El 31 de octubre de 1997 a las 13:30 horas, Calderón se reunió con Andrés Manuel López Obrador, en un café del aeropuerto capitalino, y como fue una reunión poco cordial, compulsivamente tomó varias «cubas»; y «se la siguió». Le importó muy poco que tuviera el compromiso de reunirse con los principales colaboradores del CEN del PAN como Castillo Peraza, Antonio Lozano Gracia, y Adrián Fernández, a quienes había citado a una cena en Cocoyoc, Morelos. También estuvieron convidados Jorge Manzanera, Jordi Herrera, Gerardo Ruiz Mateos, Juan Ignacio Zavala, Raúl y Luis Correa Mena; pues se trataría asuntos de suma importancia.
Luego de que Calderón los dejó «plantados» en Cocoyoc, Castillo le escribió la carta en la cual daba cuenta de la situación:
Llamó mi atención un tema reiterado de conversación: el de las aventuras más que frecuentes –etílicas y demás– de algunos de tus colaboradores. Entendí entonces por qué la vida comienza después de las diez de la mañana en el CEN, e incluso a esa hora los escritorios están poblados de tazas de café, vasos de refresco y comestibles; por qué es difícil encontrar a alguien después de las seis, y por qué en días como el de ayer, a las ocho de la noche ya no hay a quién dirigirse en las oficinas.
También al verte actuar, y al verlos actuar a ellos. Noté esa inseguridad de todos, hija del sentimiento de desconfianza que se ha generado entre los miembros de tu equipo, de resignación y aguante, leales pero desalentados. Alguno de ellos comentó que «Felipe está más solo que nunca, pero él es quien ha querido estar así porque no confía en nadie».
8 meses después de esta carta, Castillo Peraza fue obligado «por las circunstancias» a renunciar definitivamente al CEN.
Desde luego, lo que ven nuestros pecadores son la mejor prueba de personalidad esquizofrénica del ocupante de «Los Pinos»: la voz aguardentosa, la cara hinchada y la nariz colorada. O que ¿No sabe Usted reconocer a un borrachín?

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