Columnas


Destiempo
—Fidel Samaniego Reyes
El pasado viernes por la tarde, mientras disfrutaba de sus vacaciones con su familia compuesta de su esposa y dos hijos, mi querido amigo Jesús Fidel Samaniego Reyes, se empezó a sentir mal, por lo que pidió que lo llevaran a un hospital, en donde la llegar sufrió un infarto cardiaco fulminante, en el que los médicos ya nada pudieron hacer por salvarle la vida y murió. Eran las dos de la tarde.
Contaba apenas con 57 años.
Mi amigo Fidel Jesús Samaniego Reyes nació en el DF en 1953. Realizó estudios en Derecho en la UNAM y en la Escuela Libre de Derecho. Egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.
Fue colaborador de Señal de 1976 a 1978; en EL UNIVERSAL desde 1978 y en el periódico La Crónica por varios años fue subdirector de información. Fue además comentarista político en Radio 13 y autor del libro «Las entrañas del poder» (1994).
Samaniego Reyes fue cronista extraordinario con una sensibilidad y observación detallada sin igual, que lo llevó a ganar el Premio Nacional de Periodismo en el género de Crónica en 1989. Fue también premiado por el Club de Periodistas de México en 1995. Como columnista obtuvo el Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo, en la categoría de crónica, en el año 2002. Además fue el principal cronista del gobierno del ex Presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari en su sexenio.
Él mismo se bromeaba calificándose de “’narigón cronista”, con olfato agrandado por su protuberante nariz y también decía «soy reportero, cronista. Y lo seré hasta el último de mis días. Una de sus frases favoritas cuando le conocí era “díganme sí y escribo dos cuartillas, díganme que no y les escribo cinco” refiriéndose a cuando entrevistaba a los funcionarios.
Le sobreviven su compañera de vida Olivia Behar y sus hijos Nitza y Yoab Samaniego Behar, a quienes les mando mis más sinceras condolencias por la pérdida irreparable de Fidel.
Yo tuve el privilegio de conocerlo en la secretaría de Gobernación, en la dirección general de Información en 1980, cuando él era reportero de la fuente y yo me iniciaba como reportero de esa dependencia y me encargaba de entregar documentos y boletines de los eventos diarios, los cuales él solicitaba y de ahí nació una amistad, que se fortaleció con la convivencia, las salidas a parrandear sanamente, sobre todo a discotecas que en ese entonces estaban de moda.
A los dos nos gustaba bailar y conocer muchachas y esos lugares eran el lugar para hacerlo, porque él era tímido y yo en cambio era “el aventado” que las invitaba a una copa, a bailar y luego a unírsenos a la mesa para platicar y conocerlas, para ligarlas, pues.
Siempre le admiré por su trabajo, el cual había tratado de seguir, ya sea en la prensa escrita o en algunos de sus comentarios en TV Azteca, en donde ocasionalmente salía en algunos de los noticieros y de los cuales el decía “que no se gustaba ni ver ni oír”, pero que fueron un vehículo para acercarse a sus lectores, al grado que en El Universal fue el primer comentarista que sacaba sus opiniones en videos.
Aquel joven de pelo chino y largo de nuestros años de juventud, se fue para dar paso a un hombre al que siempre le preocupó que se iba quedando peloncito y al que le dio un toque de seriedad con unos lentes que le hacían parecer más serio de lo que en realidad era, porque a Fidel Samaniego le encantaba bromear y hacer chistes, contar anécdotas, contar historias y platicar de sus viajes. Porque le gustaba viajar mucho, pero no logró su objetivo de conocer todo el mundo, pues le faltó tiempo.
Se despidió de la siguiente manera: “Viernes que te quiero viernes. Vamos pues a platicar. Y a partir del lunes... ¡vacacioooneeeeees!”.
Se tomó las vacaciones eternas. Adiós amigo Fidel Samaniego

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